Confesiones.
Amo la poesía y lo proclamo,
no con voz solemne o
pretenciosa,
sino a través de la armonía
de mi vida,
de mi trabajo callado y
laborioso,
en el silencio de mi
lectura nocturna,
estudiando las raíces
hispanas
de los maestros que nos
precedieron
en la palabra poética española.
Amo todas las poesías y
canciones,
y paladeo sus letras,
las siento en mis entrañas,
en lo profundo de mi ser,
y sólo de vez en cuando leo
en voz alta las mías,
soñando quizás en alguna
brisa inesperada y generosa
que las difunda por los sotos y alcores,
por los caminos literarios
y los cónclaves cerrados,
por las tertulias
literarias
y alcance a esparcir la intuición y el trabajo
de un amante de la poesía.
En mis poemas no existe el
limite del tiempo, no hay fronteras,
consonantes o asonantes,
idiomáticas o políticas,
sólo el intento de una fuga
de la mediocridad,
y una defensa de la
libertad y las esencias humanas,
una asunción de la realidad
y un encuentro con la verdad,
una firme voluntad de crear
y un deseo de permanecer,
una desesperada búsqueda de
la razón,
y un inagotable esfuerzo de
amar,
que se confunden en el magma inexorable de la vida.